La casa número 13

Algo inexplicable me impulsaba a caminar en esa dirección. Giré la esquina y sentí una ráfaga de viento helado que me golpeó el rostro, instintivamente levante las solapas de la cazadora en un intento de proteger mi cuello del frío de la madrugada. La calle estaba escasamente iluminada por unos farolillos que proyectaban un haz pobre y mortecino y el silencio era total salvo por el roce de mis pasos en el suelo. Por instinto andaba buscando las sombras y ni siquiera me encendí un cigarrillo para que su lumbre no me delatara. Cuando vas a matar a un hombre toda precaución es poca. Caminaba seguro y directo hacia la dirección y aunque sabía muy bien a qué iba, no llegaba a entender los motivos por lo que debía hacerlo, era como si me llevara el instinto y la mente permaneciera ajena a ello, o más bien como si estuviera viajando en el cuerpo de alguien y solo conociera una parte de ese alguien. Supuse que había tomado algo antes de hacer el encargo y por eso tenía la mente tan nublada.

Ya frente a la casa comprobé su número, el 13, y me puse los guantes flexionando los dedos para que se adaptaran a ellos, después saqué la ganzúa de mi bolsillo y manipulé la cerradura. No tardé ni medio minuto en estar dentro; intuí de un modo extrañamente preciso la distribución , como si hubiera estudiado el plan con meticulosidad o conociera la casa de antes. Pero las nubes que envolvían mi mente no me permitieron dilucidar nada. Maldije un momento el chute que probablemente me había metido antes de la operación y me prometí no volver a trabajar en esas condiciones. Avancé sigilosamente hacia la habitación guiándome por la extraña intuición y siguiendo el brillo que el parquet desprendía a la exigua luz que penetraba por las ventanas. A pocos metros oí su lenta respiración. Dormía. Dormía en un sueño plácido del que rápidamente cruzaría el umbral a otro, no sé si plácido, pero seguro que sí más profundo: el sueño eterno. Rápidamente me abalancé hacia él y en un gesto muchas veces ejecutado, apreté su cuello pulsando con mis pulgares sobre su nuez de adán.

Desperté sobresaltado ahogándome por aquella tenaza que me oprimía el cuello, miré horrorizado la sombra que me estrangulaba e intenté, sin fuerzas, desasirme de esas horribles y poderosas manos. Las fuerzas me abandonaban y mi mente, entre estertores de asfixia, solo alcanzaba a intentar entender ese extraño sueño del que yo era el único protagonista, pero no lo conseguí. Mi cuerpo se fue sumergiendo en un abismo de abandono mientras mi corazón dejaba de latir.

(c) Vicente Blasco Argente