Los otros catalanes
1. Un taller en PoblenouEl taller de mecánica del automóvil de Josep estaba situado en una de las anchas calles de Pobleneou, no muy lejos de la plaza de las Glòrias, en el lado que da al mar. El local era viejo, podía verse el suelo cementado, con parches y remiendos o las cerchas triangulares en el techo, aguantando las láminas onduladas que separaban el espacio interior de la intemperie. El techo alto, había permitido construir un diminuto altillo que servia de oficina y desde allí podía vigilar el taller mientras se hallaba solo o haciendo trabajos de oficina. Toda la construcción denotaba sus orígenes como almacén, como tantos otros en aquellas calles de Poblenou ocupadas por fábricas y almacenes que habían formado, durante muchos años, parte del tejido industrial de Barcelona. Los últimos veinte años el paisaje había cambiado sustancialmente; fue desapareciendo la actividad industrial y muchas fábricas cerraron, otras se derribaron y en su lugar nacieron edificios de varias plantas, viviendas, bares, comercios: el barrio había sido fagocitado por la ciudad. No obstante, aún quedaban restos de aquellos tiempos, como el taller de Josep o algunos almacenes que recogían chatarra. Durante casi cincuenta años, en el local de Josep, se reparaban coches, al principio sus clientes eran los muchos trabajadores de las fábricas del entorno, después, con la transformación del suburbio y la construcción de vivienda, sus clientes fueron los propios habitantes del barrio. En ese tiempo Josep había aguantado el calor del verano y el frío del invierno como una consecuencia propia de su oficio de mecánico, durante casi cincuenta años, desde que comenzó a trabajar allí, como aprendiz primero, como mecánico después, como heredero del taller al morir su padre. Ahora el negocio cesaría con él, ya que ninguno de sus hijos quería continuarlo: mejor, se decía Josep, aquí se pasa calor y frío, aunque las palabras escondían, en el fondo, la pequeña frustración de que ningún descendiente hubiera querido continuar con la empresa que comenzó su padre. Ahora tenía poco trabajo porque la crisis también le había afectado, como a tantos otros. No obstante Josep se sustentaba perfectamente con los fieles clientes de siempre, o con alguna revisión pre-ITV, además los gastos eran mínimos y a dos años de la jubilación podía aguantar con el negocio sin mucho esfuerzo. Josep poseía un carácter paciente y afable, un hombre tranquilo entregado a una profesión que le gustaba, y que en las postrimerías de su actividad profesional, a la vista de su próxima jubilación, intentaba disfrutar con las conversaciones con los viejos clientes, o tener la compañía de Paco, su mejor amigo pese que él mismo se reparara su coche en el taller. Ya no cogía trabajos importantes, esos los enviaba a otros talleres, y buscaba tareas ligeras, más acorde con su edad y sus viejos conocimientos de mecánica artesana, tan lejos ya de la reparación actual y los modernos equipos de diagnosis electrónica. Añoraba los tiempos en que el trabajo del taller era más artesano, que las piezas se reparaban, que los coches, eran más simples, con menos cables y tecnología. 2. Un africano en busca de chatarra Ese día de invierno estaba en la oficina, pergeñando alguna factura o repasando antiguas revistas técnicas de mecánica cuando vio entrar a un joven negro que arrastraba un carrito de supermercado cargado de chatarra: un calentador viejo, cañerías de cobre, trozos de metal. El joven se protegía del frío con un anorak azul, guantes de lana y un gorro negro que le tapaba hasta las orejas. — ¿Qué quieres muchacho? — dijo Josep por el ventanuco del altillo. Cargaron el carrito con piezas de coche estropeadas y el joven sonriente no cesaba de darle las gracias, entusiasmado y feliz como si de un verdadero tesoro se tratara. Ante este agradecimiento tan eufórico Josep sintió la punzada del altruismo como una mezcla de satisfacción y generosidad. Con qué poco se conformaba el pobrecito, pensó, apenas unos euros y ya es feliz. Josep le preguntó: — ¿Cómo te llamas? 3. Historia de los “otros catalanes” Cada día pasaba Mamaodu por el taller, unas veces para darle simplemente los buenos días a Josep, otras veces, al verlo forcejear con algún trabajo pesado, Mamadou se ofrecía a ayudar al viejo mecánico, igual levantaba una rueda que arrastraba con el bidón de la recogida de aceite; en estos casos Josep, agradecido lo invitaba después a un bocadillo en el bar de la esquina y conversaban entorno a una taza de café que Mamadou abrazaba con ambas manos. La curiosidad de Josep le llevó a preguntar por su vida, como había llegado desde Senegal a España y el joven, con una sonrisa siempre en su boca, con un optimismo que asombraba al viejo mecánico le contó su odisea. El largo viaje desde su pueblo natal hasta las costas de Ceuta, el tiempo que tardó en recorrer ese largo camino fue de año y medio, lleno de penurias y sufrimiento, pero siempre con la esperanza de llegar Europa. Le contó, sin un ápice de dramatismo como, arriesgando la vida cruzó el canal, y llegó al sur de España. Después vinieron trabajos esporádicos, recogió fruta, cargó camiones, limpió almacenes, vendió ropa en las playas, siempre huyendo de las autoridades y con un objetivo: llegar a Catalunya, donde se decía, había una un colectivo de senegaleses que se ayudaban entre sí. Tras meses de atravesando la península llegó por fin a Barcelona, donde descubrió que la asociación de senegaleses, solo le ayudaron a localizar un lugar donde comer y dormir unos días, lugares vinculados siempre organizaciones benéficas, pero que después era él y solo él quién tenía que buscarse la vida. Por eso recogía chatarra en inverno y en verano viajaba a Lleida, donde había posibilidades de trabajar en la recogida de fruta. Lo que más sorprendía a Josep es que Mamadou lo contaba con una sonrisa en sus labios, sin resentimiento alguno, aceptando el destino de su vida, con optimismo y hasta con buen humor. Aquella forma de aceptar la vida, le recordó a Josep, lo que le contaba su padre de aquellos tiempos en que llegó a Barcelona en plena posguerra, y como fue abriéndose paso hasta conseguir montar su propio negocio. Nunca oyó de su padre quejarse de su destino, más bien todo lo contrario, pese a las mil dificultades que encontró creía que la vida era un regalo y poder trabajar y tener una familia a la que darles un porvenir, todo un privilegio. Josep admiraba esa filosofía de vida de su padre quien había sido uno de los muchos emigrantes murcianos que llegó a Catalunya a mediados de los años cuarenta, en la posguerra. Un joven que había luchado para sobrevivir, y que a su llegada a Barcelona vivió en una chabola en las faldas de la montaña de Montjüic, donde se apiñaban miles de familias cobijados en techos de uralita, sin luz ni agua potable, sin servicio alguno, salvo los que proporcionaba alguna asociación benéfica, casi siempre a través de la Iglesia Católica. El padre de Josep, trabajó sin descanso en múltiples oficios, hasta que recaló en un garaje del Paralelo, allí aprendió el oficio de mecánico recorriendo el camino desde mero aprendiz pasando por oficial y llegando hasta encargado. Sus progresos laborales le permitieron, por fin, descender de la montaña a un piso en un barrio obrero de la ciudad: El Congrès, allí se casó y dio comienzo una nueva vida integrándose en la ciudad, como un ciudadano más de los muchos que dejando su lugar de origen y con ello la miseria, se establecieron en una comunidad que necesitaba mano de obra. Anidaron, formando familias y dando a la nueva tierra lo mejor de ellos y su descendencia, eran nuevos ciudadanos que un escritor de la época, Paco Candel, bautizó con acierto como “los otros catalanes”. 4. Una decisión meditada Las reflexiones del viejo mecánico, fumando su cigarrillo tras tomarse el primer café de la mañana antes de abrir el taller, le llevaban a pensar que la vida de Mamadou no era tan diferente a la de su padre y quizá fue esa similitud la que estableció entre ellos una cierta corriente de simpatía. Cada mañana cuando Mamadou pasaba empujando su carrito Josep, dejaba lo que estaba haciendo y lo llamaba. Echaban unos pitillos juntos, lo que Mamadou agradecía con una de sus radiantes sonrisas mientras entablaban breves conversaciones. Un día le preguntó cuál era su trabajo antes de llegar a España, y Mamadou, sin dejar de sonreír le explicó que construía juguetes. — ¿Jugetes? — Sí. Hacía juguetes con lo que encontraba: latas, madera, plástico, tela… — ¿Y vivías de esos? — Bueno, con eso conseguía comer ¡que no es poco! Al día siguiente de esa conversación Mamadou le llevó un camión hecho con hojalata, tapones de botellas de plástico y trozos de madera. Josep no pudo por menos que admirar aquel ingenio. —¡Esto está muy bien Mamadou! — Como amante de la mecánica Josep observó el ingenio utilizado con todo aquel material de deshecho para construir una maravilla de juguete. Y mientras observaba absorto y curioso el invento, sus sencillos y eficaces mecanismos que elevaban la caja del camión, le oyó decir a Mamadou: —Es para usted señor Josep. Puede quedárselo, es un regalito por los muchos cafés y bocadillos que me invita. — Oh! Gracias, es una maravilla. Pero los cafés y bocadillos te los ganas bien ganados ayudándome. — y añadió dejando el juguete en el banco de trabajo — ¡Venga, vamos, muchacho que ahora mismo te has ganado un cafelito! Pasaron las semanas y Josep siguió trabajando en su taller, como siempre, atendiendo a sus viejos clientes de toda la vida. Pero una idea se le había ido apoderando de su mente, una idea que surgía de alguna parte del subconsciente y le golpeaba como un martillo a la chapa de un guardabarros para darle forma de nuevo. Tras madurar la idea lo habló con Mercedes su mujer y con sus hijos, no para pedir consejo, sino más bien para comunicarles su decisión. Decisión a la que nadie se opuso. Y esa idea que comenzó como un ligero picor que se fuera extendiendo progresivamente se materializó con una pregunta formulada a Mamadou durante una de sus visitas. — ¿Oye Mamadou? ¿Te gustaría ser mecánico? Como respuesta los ojos de Mamadou se abrieron como platos y el brillo de sus ojos denotaba no solo sorpresa, sino algo tan indefinido como la esperanza. —¡Pues claro! ¡Yo soy capaz de aprender cualquier cosa señor Josep? — Bueno, bueno, primero hay que arreglar esos papeles que te faltan y después tenemos dos años por delante para hacer de ti el mejor mecánico del barrio. 5. EpilogoHabían pasado varios meses desde que Josep tomara la decisión de dejarle el taller a Mamadou, ahora el local estaba desconocido, las varias capas de pintura, el nuevo asfaltado del suelo y algunos otros arreglos habían cambiado totalmente el aspecto del local. Había rejuvenecido. También los dos mecánicos llevaban monos nuevos: a Josep le quedaba un poco grande, pero al joven y radiante Mamadou le quedaba como un guante. El aprendiz asimilaba el oficio con inusitada rapidez. Los viejos clientes, y sobre todo Paco, amigo de siempre de Josep, se maravillaron de aquel cambio, de aquel nuevo impulso y, sobre todo, quienes más conocían a Josep, se sorprendían de las renovadas ganas con las que Josep abordaba de nuevo a su negocio, y que en los últimos años, su decrepitud, preveía un cierre definitivo al jubilarse. Pero Josep era feliz, era feliz enseñando a ese joven negro con ansias de aprender, con ganas de vivir y con la legítima ambición de hacerse un futuro. A veces mientras Josep se fumaba su cigarrillo desde el altillo que le servía de despacho y veía a Mamadou trajinar enérgico con las reparaciones, Josep no podía evitar pensar en su padre quien tanto había deseado que continuara el negocio que con tanto esfuerzo levantó. Ahora Josep, se daba cuenta, que había encontrado como continuar ese proyecto pasando el testigo a un nuevo emigrante, que con el tiempo se convertiría en un nuevo catalán, arraigando aquí como había hecho su padre. Mamadou sería uno de esos “otros catalanes” que con su esfuerzo entregarían a su nueva tierra de adopción lo mejor de él. Josep exhaló el humo de su cigarrillo y dijo a través de la ventanilla: — ¡Eh! ¿Mamadou, vamos a tomarnos un café? — Vale, pero espere un momento que me lavo las manos.
©Vicente Blasco
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