El grito

Agosto de 2016. Alepo (Siria).

Khaled oyó el ulular de las sirenas y un ligero silbido que fue creciendo en intensidad hasta ser perceptible e hiriente. De inmediato, oyó las explosiones y el cielo se cubrió de humo teñido con llamaradas rojas. Comenzó a temblar, paralizado por el miedo, pero una idea se impuso a su estado: su familia estaba en casa, justo en aquel punto donde las fumaradas se alzaban entre grotescas y temibles. El corazón, desbocado, sin freno. Los imaginó en la cocina, asustados por el bombardeo, intentando inútilmente aguantar las tazas del desayuno. Siguió corriendo; la casa ya se hallaba a la vista. Todo fue muy rápido. El agudo sonido del obús, la explosión. Cruzó el puentecillo sobre el río, justo cuando su hogar se desmoronó, hecho pedazos. Abrió entonces los ojos despavorido, se llevó las manos al rostro y solo pudo hacer una cosa: gritar.

Khaled nunca supo que un pintor noruego, llamado Edvard Munch, había pintado aquella escena 123 años antes.

(c) Vicente Blasco Argente